Estación de tren de Kottayam en Kerala
El viaje de tres meses en moto
En octubre de 2016 crucé India en moto por segunda vez de norte a sur. Esta vez con Marta detrás. Después de hacerlo solo en 2015, se lo prometí. Esta vez más aventura cruzando primero el Himalaya para continuar hacia el sur hasta Kanyakumari. El plan del viaje requería subir y bajar la moto del tren en varias ocasiones. Esta es la historia de una de ellas.
Sale la moto en tren a Delhi
Terminado el periplo, desde Kottayam (Kerala), envié la moto en tren a Delhi. Dos días de viaje que ya había hecho el año anterior. Esta vez reservé un vuelo barato para quedarme un día más en Kerala. Un plan muy apretado por seguir disfrutando un poco más del paraíso y no pasar 48 horas en un tren.
Al día siguiente salgo en avión a Delhi
Muy mal dormido a las cuatro de la mañana salí en un taxi hacia al aeropuerto de Kochi. El vuelo llevaba media hora de retraso. Durante los meses de invierno en el norte de India la niebla causa retrasos en vuelos y más en los trenes. Llegando a Delhi el capitán anunció que no podía aterrizar por la niebla y que debíamos esperar volando en círculos. Aquello fue eterno y en varias ocasiones parecía que bajamos, hasta que sin ver casi nada, aterrizamos entre suspiros y caras de gran alivio. La moto llegaba por la tarde a New Delhi en el Kerala Express desde Kerala.
En la estación de tren para recoger la moto
A las siete de la tarde aburrido y sabiendo que el tren venía con retraso me fui a la estación. Estaba en un hotel cerca, en el loco Karol bagh, era un agradable paseo en auto rickshaw. Llegué con muy buen humor. Subí a oscuras las escaleras hacia la pasarela de los andenes. Tenían un problema eléctrico en todas las fases de las escaleras. Al llegar al primer andén, estos si que tenían luz, me encontré un montón de gente, la mayoría esperando, sentados y tumbados sobre alfombras o cartones, descansando e incluso durmiendo. Otros comiendo y bebiendo como si estuvieran en un pinic. También algunos despistados, como yo, que llegaba a esa muchedumbre, en busca de un número de andén, un tren y una moto.
El gran ajetreo alrededor me tenía confuso, mi buen humor estaba muy tocado. Ni preguntando a los ferroviarios, ni en los paneles, podía ver información sobre la hora y el lugar de llegada del Kerala Express. Me preguntaba si podría sacar la moto de allí esa noche o volvería sin cumplir la misión. Decidí ir a la zona de mercancías de la estación. Volví a subir a la plataforma con la linterna del móvil. La gente se movía entre empujones con los equipajes cómo podían, con los niños, algún animal doméstico, era una locura. Las luces de las escaleras seguían sin funcionar. Observando el descomunal desorden atravesé por la pasarela principal la enorme estación con 16 andenes.
El almacén de mercancías
Después de un buen paseo entre trenes, vías y sombras de portadores arrastrando mercancías, llegué al almacén. Al entrar dos perros jóvenes que jugaban entre las cajas me gruñeron. Los viejos acostados inmóviles sobre estas, levantaron sus cabezas sin perderme de vista. Seguí y empecé a ver porteadores descansando sobre cajas y carretillas. Debían estar esperando a los trenes con retraso. Todos con el mismo aspecto, muy flacos con sus pañuelos de trabajo como almohada, pies descalzos y chanclas en el suelo, con la ropa sucia y rasgada.
Uno de ellos se acercó y me preguntó qué hacía allí con la mirada. Le dije que estaba esperando el Kerala Express para recoger una moto. Moha no hablaba inglés y mi hindi es solo para saludar con amabilidad. Entendí después de las miradas y los gestos que Moha y un amigo querían acompañarme al andén a buscar la moto.
Paseo al andén 14
Y de nuevo regresé a las sombras de la estación, luces muy pocas aquella noche hasta aquel momento. Esta vez iba acompañado por los porteadores y era distinto, empecé a disfrutar del drama. Moha se dirigió al andén 14. Ese preciso momento llegó un tren frenando, los altavoces chillaban anunciando las llegadas, la multitud de un lado a otro, entre las carretillas y los porteadores. Para mi un autentico escenario de caos absoluto y para el resto de los miles de indios de la estación la vida normal. El tren no era el Kerala Express.
En el andén opuesto otro tren iba a partir de inmediato. Los últimos pasajeros subían con premura. Estábamos cerca final del convoy, en el penúltimo vagón los porteadores con mucha prisa y desorden cargaban las últimas mercancías. La tensión del alboroto era tremenda. Los porteadores con carretillas a tope de carga esquivaban al resto de milagro. Las cajas de mercancías entraban al vagón a empujones o volando por encima de las cabezas.
Más retraso del Kerala Express
Al final el tren partió. Aproveché ese momento de calma para preguntar por mi tren. Un señor con una gorra con visera y tomaba notas sobre la expediciones sobre un atril en medio del andén. Me dijo que el Kerala Express venía como mucho retraso. Moha sugirió volver al almacén y esperar allí. Aquel perruno lugar era casi nuestro y los andenes del resto de los indios. Invité a Moha y a su amigo a un chai, y allí entre las cajas de mercancías, las carretillas, los perros y las penumbras, lo tomamos como en casa. Moha con su biri y yo con mi cigarro.
Al rato el amigo se cansó de esperar y con un saludo diciendo «Aquí os quedáis» desapareció entre las sombras. Pasaban las horas y una app del móvil me decía que el tren estaba solo a 50 km de Delhi, pero parado. Nos sentamos en casi todas la carretillas del almacén, incluso a ratos Moha tumbado sobre ellas. Yo tenía miedo de relajarme y que se me subiese un perro buscando calor humano, eran muchos. Estuvimos hablando parte del tiempo. Moha me preguntaba por algunos países por los que sentía curiosidad. También hablamos del sur de India. Terminé los cigarrillos cortos Gold Flake y solo nos quedaban los biris de Moha. La megafonía de la estación anunciaba la llegada de los trenes en hindi e inglés. Por fin, después de muchos trenes y seis horas, el Kerala Express entraba por el andén 14.
Por fin llega el tren con la moto
Al cruzar de nuevo las vías desde el almacén al extremo de la estación, echamos de menos al amigo de Moha. Por allí merodeaban en la oscuridad grupos más grandes. A paso ligero llegamos de nuevo a la pasarela para llegar al andén 14. Bajamos las escaleras y el tren que estaba llegando era el Kerala Express. Seguimos caminando por el andén hasta el penúltimo vagón, el de mercancía. A llegar los porteadores estaban intentando abrir las enormes puertas de acero. No había forma, ni tres ni cuatro, ni uno o dos con la palanca. Parecía imposible abrir la puerta, trabada por los golpes sobre raíles de los tres mil kilómetros de viaje. El capataz regañaba a los flacos porteadores, que seguían intentándolo con una enorme palanca y tremendos golpes.
Un mando superior con barriga llegó y empezaron los gritos entre ellos. Al final desde dentro, una de las puertas se abrió haciendo un ruido infernal y dejando caer un par de cajas de mango a las vías. Me acerqué todo lo que pude y no estaba la moto. Solo cajas de mango amontonadas sin orden. Moha me preguntó que si estaba seguro de que la moto había subido en ese tren, le dije que sí. Quedaba la otra puerta por abrir. Y se abrió como la primera, con golpes, chirridos de metal y palancas. Debajo y entre muchas cajas de mango estaba la parte de atrás de la Himalayan.
El calentón
Mi tolerancia aquella noche era mucha pero me asuste al ver la moto. Con la presión de las cajas de mango sobre ella, pensé que se podía haber roto algo. No me aguante más e hice un par de gestos de enfado, indignado, algo que pocas veces funciona. El ambiente era muy tenso. Todos estábamos muy cansados de esperar el tren. Los mozos lanzaban las cajas de mango desde el vagón al andén y allí otros se encargaban de hacer montones para contarlas. Un capataz, con un jersey a rayas azul muy limpio miraba con mucho odio y gritaba corrigiendo a los porteadores que manejan las cajas, con muy poco vigor y menos organización. Después de un buen rato cuando terminaron de bajar todas las cajas de mango bajaron la moto.
Moha me pidió el recibo de la mercancía para que el responsable de las expediciones del andén, nos diese otro papel para sacar la moto de la estación. Aquello seguía siendo una locura. Al otro lado de la plataforma estaba apunto de salir un tren y estaban cargando las mercancías. Lo mismo que antes. Metían los paquetes a presión y a gritos. Tenía que seguir esperando lo que noche dictase.
El vídeo del calentón. Moha el del gorro de la derecha.
Vuelta al almacén con la moto
Al rato llegó Moha con el papel. Agarre el manillar y empecé a empujar la moto por el andén hacia el almacén. Moha me increpó diciendo que ese era su trabajo y le dije que luego le tocaría a él, que empujará por detrás. Este viaje era diferente, la moto no podía subir las escaleras, para por la plataforma principal llegar al otro lado de la estación y luego a la zona de mercancías. Tuvimos que salir hasta el final del andén y un poquito más, para poder cruzar la moto sobre las vías. Ese recorrido fue el más infernal de la noche por los suburbios y las penumbras de la gran estación de New Delhi.
Llegamos con Moha tirando de la moto. Para conseguir el pase definitivo de salida a la moto, había dos ventanillas, con dos personas casi toda la noche, ahora sólo una operativa. Tuve que esperar a alguien que estaba con su trámite. No entendía nada. Durante la noche nadie había pasado por esas ventanillas y ahora estaba haciendo cola. Moha desde lejos me hacía gestos para que me tranquilizase, diciéndome que estaba casi hecho, que fuera más paciente.
Llegado mi turno le di al tipo el recibo por la cochambrosa ventanilla. Él era igual de horrible, con un ojo mal, arrugas profundas y una peluca de pelo liso negro grasiento. Cogí aire profundamente, sin hablar no moverme esperé. Terminó de teclear y la impresora vetusta de carril no funcionó. Lo intenta, pero el botón no responde. Arranca una hoja del rollo y se sienta de nuevo, sacando un boli del bolsillo de su camisa. Inhalo y exhalo de nuevo. «Que funcione el boli por favor». Solo escribe unos números y me da el papelucho sonriendo con cara de joker.
El último Chai
Nos quedaba atravesar el gigantesco almacén principal para llegar a una mesa donde esperaba otro señor con gorra de visera. El último puesto de control de la estación de salida de mercancía. Unos 70 metros con Moha y la moto en los que hice un repaso. «Móvil, mochila, gasolina y moto. Ahora compro tabaco cuando salga, a las tres de la mañana aquí está todo abierto». Tenía muchas ganas de un cigarro y no quedaban ni biris de Moha.
El tipo del sombrero
Al llegar a la altura de la mesa vi sentado frente a ella a un tipo delgaducho con jersey verde ceñido. A la derecha de la mesa dos sillas de estación, de esas que están juntas, y otro tipo sentado en una de ellas, más grueso, con abrigo y sombrero. Saludé y puse mi papel sobre la mesa, donde humeaban tres apetecibles chais humeantes, tapados en vasos de plástico. El tipo del sombrero me dijo mirándome que agarrarse uno. No dudé ni un segundo. Cogí el vaso calentito, dando las gracias a todos los dioses hindúes y santos católicos. Luego hizo un gesto para que me sentase junto a él. Era un hombre muy corpulento. Debajo del sombrero pude ver unas gafas negras con unos cristales verdes, que no eran nuevos. Sacó del bolsillo del abrigo un paquete de cigarrillos y me puso lo puso delante. Agarré uno y muy amablemente sacó su encendedor dándome fuego.
Sentado con el chai y el cigarro pensé que el momento era un justo premio después de aquella noche de batallas. Levante la mirada hacia atrás y allí estaba Moha con la moto esperándome. Tras él pasaba un tren de carretillas cargadas con las cajas de mango que salían del almacén. Cuando volví la cabeza, el tipo del sombrero me miró fijamente por encima de sus gafas verdes y me dijo: «Soy el dueño de las cajas de mango, creo que usted es el de la moto, un placer conocerle».