Repartidas por todo el ecuador en el centro del Océano Índico, a unos 500 kilómetros del sur de Sri Lanka y la India, las Maldivas son un paraíso exótico. Son 1.190 islas de coral con palmeras y playas brillantes de arena blanca, repartidas en 90.000 kilómetros cuadrados. Las cálidas aguas poco profundas son de color turquesa. Los lagos cristalinos están rodeados por arrecifes de coral llenos de increíbles variedades de la flora y la fauna marina. Es un destino fascinante, especialmente para los buceadores.

Todo empezó un domingo cualquiera, como la peli. Nos pusimos a buscar billetes de avión para nuestras próximas vacaciones. La opción Maldivas estaba en nuestra cabeza, nos apetecía la playa, después de las montañas de Ladakh. Encontramos un billete a buen precio y sin pensar mucho, lo compramos por internet.

Al día siguiente me puse a buscar alojamiento. Enseguida me acordé, cosa que no me sucedió al sacar el billete, de lo que nos había dicho hace tiempo sobre Maldivas nuestro amigo Luis, un español casado con Maina, una chica de Maldivas, que lleva varios años viviendo en Delhi. “Los hoteles en Maldivas son carísimos”. Efectivamente, solo encontraba resorts de todo incluido de mas de 200 euros por noche, y eso el más barato. Buscando en internet encontré en facebook una página llamada Backpacking Maldives, en español, Maldivas con mochila. Enseguida contacte con Wassif, el maldiveño que lleva esa página. Después de varios emails y muchas dudas decidimos ponernos en sus manos, sabiendo que el lugar que él nos recomendaba, Dhangethi, estaba rodeado de resorts y que si no estábamos bien nos podríamos mudar fácilmente a uno de ellos.

Y así llego el día jueves 11 de agosto en el que cogimos el vuelo hacia Male, capital de Maldivas, haciendo escala en Colombo, capital de Sri Lanka, llamada antes Ceilán. Llegamos a Male de madrugada, sobre la una y nos estaba esperando a la salida del aeropuerto un socio de Wassif, llamado Ali. Después de coger un dhoni y navegar 10 minutos llegamos a la isla donde se encuentra Male.

Maldivas es un país musulmán y el día festivo de la semana es el viernes. Por ser fiesta no salían los barcos hacia Dhangethi. De cualquier manera era sólo un día de espera, que no nos importaba perder en Male, para conocer la capital del país. El sábado, a las 9 de la mañana, cogeríamos un ferry que recorrería los 80 km que separan Male de Dhangethi en cuatro horas. Quedamos con Wassif en el puerto el sábado sobre las 8 y media de la mañana. Cuando llegó, y fue a sacar los billetes, le dijeron que el ferry había salido a las 8:30. Por ser Ramadan el horario se adelantaba media hora, con respecto al habitual. Ni él ni su socio lo sabían, ni tampoco habían comprobado el horario el día anterior. Después de varios intentos de colocarnos en lanchas rápidas e incluso hidroaviones de los que van a los resorts, resulto imposible encontrar dos plazas y tuvimos que quedarnos otro día en Male.

Al día siguiente, domingo, teníamos reservadas dos plazas en una lancha rápida. En un par de horas llegamos a una isla cercana a Dhangethi, donde en el mismo muelle nos estaba esperando Aniff, nuestro anfitrión, con su lancha para llevarnos a Dhangethi.

Nada más empezar a navegar hacia Dhangethi, Aniff bajó la velocidad de la lancha de repente hasta frenar, para que nos dieran la bienvenida al paraíso, un par de mantas que flotaban con la boca abierta sobre el agua color verde turquesa.

Después de quince minutos llegamos al nuestro destino, una isla con un poblado nativo de unos 900 habitantes, rodeado de islas con resorts de lujo.

Lo que quedaba de domingo lo dedicamos a explorar nuestra nueva isla-casa, a disfrutar de sus playas y aguas transparentes.

El lunes decidimos ir a el resort más cercano, para ver si nos gustaba más que nuestra isla de nativos. A solo dos kilómetros de Dhangethi, está el resort Ranvelli. Nani, el general manager de Ranvelli es amigo de la escuela de Wassif, y nos recibió muy atento y cordial. Mantuvimos con él una conversación muy interesante sobre el turismo en Maldivas.

Después de pasar el día allí y ver una preciosa puesta de sol volvimos a Dhangethi, contentos con lo que teníamos, y sin añorar nada más que las cervecitas, lo cual es algo asumible y saludable.

El martes con Khaleel, el hermano mayor de Aniff, y dos amigos nos fuimos en su lancha a conocer un par de islas desiertas.

En ambas disfrutamos de los fantásticos arrecifes de coral que las rodean formando precipicios hacia el abismo del Gran Azul. Cuando llegas al borde la sensación se puede comparar al vértigo a las alturas. Los peces de todos los tamaños, formas y colores imaginables te rodean y esquivan sin alterarse lo más mínimo. Los corales de igual manera tienen formas increíbles y parecen iluminados con leds de última generación.

También disfrutamos del interior de las pequeñas islas, mini junglas llenas de vida y plantas exóticas. Después de comer unos deliciosos sándwiches de atún autóctono en la segunda isla, me metí de nuevo en el agua y muy cerca de donde estoy en la foto vi una enorme manta flotando en frente de mis gafas de buceo. Miedo, eso fue lo que sentí, está claro que hace miles de millones de años que habitat humano no es el marino.

Hoy estamos de tranquis. No queda más remedio porque aquí también llega el monzón y tenemos encima durante casi todo el día una perfecta tormenta tropical. Aunque esta mañana me ha dado tiempo a acercarme a una barca de pescadores, a la que me han invitado a subir… Casi nos vamos a pique y luego me han despedido regalándome el pedazo de bicho que sostengo en la foto, del cual vamos a dar buena cuenta esta noche en la cena.

El viaje continua… MALDIVAS CON MOCHILA. SEGUNDA PARTE