Dani Guarinos en la revista mas cool del mundo moto viajero

Uno de los mejores momentos del viaje en solitario por India en solitario fue el encuentro con Jonathan Bentman en Kannur, Kerala.

Allí llegué dejándome llevar hasta la playa de Chera Rocks y todo lo demás lo cuenta Jonathan en el artículo original de la super revista de motociclistas aventureros Overland Magazine.

OVERLAND MAGAZINE

Overland Magazine es una publicación inglesa trimestral de mucha calidad, totalmente independiente, dedicada a los viajes en moto de aventura.

  • Nuestro planeta es un lugar increíblemente hermoso y no hay mejor manera de explorarlo que desde el sillín de una moto.
  • Desde pasar un fin de semana rodando en un país vecino hasta pasar un año en un continente lejano.
  • La versatilidad y la inmediatez de los viajes en motocicleta brindan una gran cantidad de beneficios, entre ellos la exposición plena a la gran humanidad del planeta tierra.
  • El objetivo de OVERLAND es demostrar que cualquier moto y cualquier presupuesto pueden proporcionar esa experiencia enriquecedora.

La historia de dani guarinos y OVERLAND MAGAZINE

Después de nuestro casual encuentro en Chera Rocks, Jonathan escribió un artículo que terminó publicado en la revista inglesa, junto a sus preciosas fotos. Solo alguna el resto… al final.

Entre unos amigos y otros, sin ninguna pretensión literaria hemos traducido el texto original en inglés de Jonathan Bentman al castellano, el cual

No ha sido tarea fácil, pero es bonito leer y ver que un escenario como Kerala hace emocionar y sentir lo mismo a un inglés y un español.

Aquí esta va, espero que os guste.

“Hola” dijo ella.

“Ohhh sí… Ho-hola” tartamudeó al contestar. Ella era guapa y cuando las mujeres guapas me hablan, me quedo sin palabras. Al menos traté de guardar la compostura.

“¿De dónde eres?”, me preguntó ella.

“¿Te refieres de aquí? Soy de aquí, un poco más abajo por la costa, hay unas rocas, unos veinte minutos hacia el sur.” “Lo estás empeorando”, pensé. Ella estaba sonriendo y eso no ayudaba. “Pero vengo de Kent, en el Reino Unido… ¿Dijiste Reino Unido?”

Estábamos en el centro de Kannur, una ciudad India no muy turística. Era temporada baja, el monzón estaba a pocas semanas de llegar. Hablábamos en la base de unas escaleras mecánicas de un centro comercial, esperando que un montón de gente, que subía por ellas, pasase por delante de nosotros. Ella era una mujer india atractiva. Yo un tipo torpe blanco con tres bolsas en las manos, sudando deportivamente los 38º grados de temperatura. Y por supuesto, ella preguntó de dónde era yo. Es la segunda pregunta más popular de Kerala, después de cómo te llamas. No es que un tipo blanco tenga que ser británico, pero creo que es obvio al llevar la Union Jack tatuada en mi brazo. Aunque puede ser que no lo sea tanto, ya que mis ancestros son alemanes y holandeses. Y puedo entender su curiosidad, yo era el único chico blanco de la ciudad con bolsas de la compra en las manos en lugar de una cámara.

“Ahh, Kent”, dijo ella. “Lo conozco, antes trabajaba para la BBC en Londres.

Ella continuó a pesar de que yo estaba perdido en ese momento. La gente ya había subido por la escalera, pero nosotros estábamos todavía hablando. Estaba pasando apuros para continuar después de su primera buena impresión sobre mí, cuando…

“¡¡Papá!!” Mi hijo de ocho años llegó por las escaleras. “¿Has comprado la comida?”

“¿Es tu hijo?”

“Ehhh… sí, y aquí está su madre, quiero decir mi mujer.” Me sentí torpe. Estaba haciendo presentaciones sin saber el nombre de a quien tenía que presentar. Entonces, en medio de todos los holas y cómo estás, ella debió decir su adiós y se marchó. No me enteré de inmediato, mi mente estaba todavía tratando de reconstruir el primer hola, imaginandolo más fácil y menos torpe. “¿Quién era esa mujer?” “No lo sé hijo, ella sólo me dijo hola, eso es todo. Era muy guapa, ¿verdad?” “Sí”, dijo él, moviéndose y riendo,  “yo y mamá compramos algunas cosas…” Íbamos de la mano al bajar las escaleras. Yo ví que mi mujer sonreía, y lo sabía. Era hora de volver. Pero yo todavía estaba atontado en esa isla en el tiempo. “Hola”, había dicho ella. Kerala se siente como una isla en el tiempo. Es India, sí, pero no como nos la enseñan habitualmente. No hay un aparente exceso de población, la pobreza es rara, no hay conflictos sociales. Hay cristianos, musulmanes, hindúes, incluso budistas viviendo juntos y mezclados, en armonía. Iglesias, mezquitas, templos, sin señal alguna de fricción. Kerala podría ser un modelo para la paz mundial. En Munnar estuvimos en una plantación de Té. Lejos de las principales construcciones, bajo un árbol encontré aparcada una Bullet 350 cc. No era nueva, pero tampoco era muy vieja. Con el insignificante desarrollo en 50 años de producción, es difícil decir si el modelo es de los ’60 o de los ’90. Al final su dueño, un camarero, apareció rondándome para explicarme que era de su padre, comprada nueva en 1981. Padre e hijo la compartían ahora. De hecho, pronto le harían una reparación, renovando los cromados, (algo no barato, ambos estuvimos de acuerdo), y pequeños retoques aquí y allá. Mi hombre se llevó la mano al bolsillo y sacó una llave… “¿Quieres dar una vuelta?” Un pistón de 350 cc de baja comprensión es una maravilla. En la vida le darás una patada, le acariciarás. Simplemente hay que dejar el pie sobre la palanca de arranque para que la gravedad haga el resto. Poof.. poof..poof-poof. Tan sencillo como despertarse tranquilamente. Con el cambio de marchas a la derecha, palanca larga hasta el tacón, para poder llevar bonitas chanclas. Y yo estaba ya rodando por el accidentado camino entre las colinas llenas de plantas de Té. El viento me llevaba lejos con el calor que sientes en las laderas de las colinas de los Ghats Occidentales. Sin casco, botas, guantes ni chaqueta, por supuesto. Sólo me estaba dejando llevar, ¿Quién necesita protección? La experiencia fue tranquila y relajante. Los recolectores, en los campos de Té, trabajaban en los arbustos a derecha e izquierda. Mujeres mayores trabajando seis días a la semana por 30 €, más casa y educación para sus hijos. No es una vida fácil, de ninguna de las maneras. Un guía con el que hablé después, hijo de un recolector de Té, me dijo que le hubiera gustado haber vivido aquí en la época de los colonos británicos, en su opinión los británicos eran patrones más justos. Los recolectores disfrutaban entonces de mejores condiciones de trabajo que las de hoy. Tal vez el comercio justo todavía tiene camino que recorrer.

Poof-poof…poof-poof…poof-poof, es el ritmo ideal para Kerala. Alrededor, el tráfico parece espantoso, pero rara vez se sobrepasan los 60 km por hora. Y así la vieja Enfield mantiene la calma. Y los frenos de tambor a prueba de tiempo, funcionan perfectamente con los baches de la carretera.

Los locales dicen que es mejor frenar con el trasero. También es recomendable no acercarse demasiado al vehículo de delante.

Lo mejor es no tener mucha imaginación. Lejos de la plantación, en las carreteras con tránsito, el desastre siempre parece asomar en la próxima esquina y más conduciendo por la izquierda. Sin embargo, los lugareños tienen una extraña, tal vez divina, capacidad para evitarse el uno al otro.

Después de un tiempo, cuando estás acostumbrado, te sientes más seguro que en las carreteras Europeas, donde muchos van a demasiada velocidad, con demasiada fe en la tecnología. La fe ciega en Dios, Alá, Buda que tienen los nativos lo hace todo más suave.

Daniel, de Barcelona, se había subido en Delhi en su Bullet 500cc para llegar al sur, un buen recorrido. Estaba explorando el terreno en Kerala para hacer nuevas rutas de tours en Bullet. Estaba muy impresionado con todo lo que encontraba. Él lleva viviendo cinco años en India y adora a los nativos como si fuera uno de ellos. A ellos les encanta ayudar, dice, siempre están cuidándote y sonriendo. Inteligente, limpio y acompasado con los ritmos de la tierra. Ellos crean bullicio, pero no se estresan…

El español había estado acelerando más allá de lo aconsejable, en un recorrido de asfalto largo y suave cuando su Bullet se había quedado sin aliento. Parece ser que una velocidad constante de 80 kms, algún acelerón que otro y soportando un calor de 40º, no le sienta bien a la tecnología Enfield. Aun así, la ingeniería india no debe ser menospreciada. Tuvo que empujar la Royal Enfield hasta un taller de carretera, de los que abundan, y allí desnudaron la parte superior, sustituyeron el pistón y el cilindro, válvulas nuevas y le invitaron a seguir su camino esa misma tarde, como nuevo. Y todo por la noble cifra de 10.000 rupias (unas 110 libras esterlinas). Gente realmente lista, gente inteligente.

Era la víspera del año nuevo hindú, cuando me subí en el asiento trasero de la Enfield de Dani. El motor de 500cc giraba por la pequeña carretera paralela a la costa Malabar, tan suave como lo hacía el de 350cc, por la montaña y los campos de Té. Y de nuevo encontramos que el ritmo correcto se mide en números pequeños, a 30 km / h, y ya es bastante. A tal velocidad podíamos saludar amablemente a los peatones, Namastes…, y escuchar sus respuestas segundos más tarde. Parar cerca de ellos en la parada del autobús y hablar de inmediato, sin titubeos por la visera, los guantes y la correa del casco. Mano a mano, sin filtros, sin pretensiones, de igual a igual.
La gente de Kerala estaba también en las calles con sus motos, preparando la fiesta del año nuevo hindú. Scooters Honda Activa llevaban a familias enteras: papá, mamá (de lado), un niño o dos entre ellos y tal vez incluso una tercera niña entre papá y el manillar, de pie sobre los estribos. No menos que un familiar de cinco plazas. Chavales jóvenes, guapos, elegantes, pelo negro azabache, camisas recién planchadas y vaqueros (y sandalias, siempre sandalias). La mayoría sobre biplazas de 150cc indo-japonesas, tostadores de cuatro tiempos refrigerados por aire. Ellos no corren mucho, los 40 km/h constantes, es buena media y no hacen ruido. No hay tubos de escape ruidosos en Kerala, donde parece que el amor por el vecino, es realmente un estilo de vida. Las Enfields dividen la población entre tipos viejos y tipos jóvenes. Los viejos son tradicionales, señoriales. Los jóvenes hacen cosas de Bollywood, con gafas Ray Ban de aviador y un desenvuelto pavoneo conduciendo a 40 km/h.

La mayoría de las motos en India son vehículos para cargar. Pero hay una sensación de que los indios también sienten la libertad que conlleva conducirlas. En Kerala parece estar escrito en sus caras. Los chicos de la calle sentados en la gasolinera, con un poco de mundo, y los jóvenes estudiantes elegantes, con la vista en los arreglados saris. Los conductores, en contra de todas las expectativas, respetan realmente a los moteros. Todo el mundo conduce muy cerca, como en las carreras de los coches de choque, pero sin faltar el respeto al resto.
En Kerala conducir moto es algo intrínseco a la vida, como la comida o el agua. Los domingos junto a la iglesia hay grandes zonas de motos aparcadas. No como un grupo de moteros cristianos, sino como cristianos. No es una elección de un modo de vida, no es una condición social, no es Ewan y Charley. No se trata de aventura. Es simplemente la vida normal, de cada día, totalmente fascinante y encantadora.